
Hay algo en el encuentro entre personas que la cocina revela mejor que cualquier otra cosa.
Uno puede pasar horas hablando, mirando, escuchando… pero es cuando se comparte comida que el vínculo se vuelve cuerpo. El alimento tiene esa capacidad rara de hacer visible lo invisible: une lo que estaba disperso, ablanda lo que estaba rígido, y deja marca donde antes había solo superficie.
Este fin de semana estuve en la Feria del Libro de Viedma, y como siempre llevé conmigo lo que más me identifica: mis libros… y el fuego. Cociné ahí mismo, a la vista de todos, porque creo profundamente que la cocina tiene que estar en el centro de nuestras conversaciones.
No para mostrar destrezas —eso es lo de menos—, sino para recordar que cocinar es un acto humano, político y comunitario.
Hablamos mucho de eso.
De por qué cocinar es un acto político.
De por qué importa elegir a quién le compramos la comida.
De por qué una receta puede ser una forma de resistencia.No es política partidaria.
Es política en el sentido más antiguo y noble: lo que tiene impacto en la vida de la comunidad.
Cocinar es político porque elegimos todos los días cómo relacionarnos con nuestro entorno: con la tierra, con los productores, con el trabajo de otros. Cuando decido comprarle a un vecino lo que produce, no solo alimento mi mesa; alimento un vínculo. Sostengo una economía cercana, una identidad, una memoria común.
También hablamos de libros.
De por qué los hago.
De por qué los escribo como los escribo.
Yo no escribo para mostrar técnica; escribo para acompañar.
Para que cualquiera pueda cocinar, incluso quien crea que no sabe.
Para que la cocina vuelva a ser hogar, y no un territorio intimidante.
Para que las recetas sean una invitación y no un examen.
Cada vez que presento un libro y cocino en vivo, se me confirma algo que ya sabía pero que necesito volver a escuchar en carne viva: lo que realmente importa no es la demostración, sino el vínculo. La mirada de quien prueba un bocado por primera vez, la historia que alguien recuerda mientras huele el humo, el silencio breve que se hace cuando un sabor toca una parte antigua de uno.
Esos momentos son los que quedan.
No los ingredientes, no la técnica, no el orden del paso a paso.
Lo que queda es el vínculo: lo que pasó entre vos y otra persona mientras un aroma llenaba el aire.La memoria guarda de forma selectiva.
Pero cuando la cocina está en el medio, guarda distinto.
Guarda con afecto.
Guarda con cuerpo.
Guarda con fuego.
A veces siento que lo que hago —cocinar, escribir, enseñar— es apenas una excusa para eso: para que dos personas que no se conocían se encuentren; para que una familia recuerde algo que estaba dormido; para que un gesto sencillo vuelva a abrir una puerta.
Si estuviste en Viedma, gracias por acercarte a saludarme, por cocinar conmigo, por escuchar, por contarme tu propia historia.
Si no estuviste, ojalá en algún momento compartamos un fuego.Y si querés seguir acompañando estas reflexiones y entrar un poco más en mi mundo —en mis libros, mis fuegos y mis historias— te invito a visitar mi casa digital: www.lolovlem.com
Ahí está todo lo que hago para que la cocina siga siendo un puente entre personas, territorios y memorias.Gracias por estar del otro lado de esta carta.
Sin vos, nada de esto tendría sentido.
Un abrazo grande,
Lolo