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Manifiesto de fin de año: lo que el fuego nos enseñó

Hola,

Soy Lolo Vlem. 

Cocinero, escritor y alguien que cree —profundamente— que la cocina es el lugar donde el vínculo humano encuentra su forma más honesta. Cada domingo escribo esta carta para recordar que, incluso en tiempos inciertos, compartir alimento, palabra y tiempo sigue siendo una forma de estar en el mundo.

Cerrar un año no es contar logros.

Cerrar un año es escuchar qué quedó resonando cuando el ruido baja.Y si escucho con atención, este año me devuelve una certeza clara: la cocina sigue siendo uno de los últimos territorios donde el amor, la memoria y la comunidad todavía pueden encontrarse sin intermediarios.

Este fue un año de fuegos compartidos.

De mesas largas en ferias, bibliotecas, barrios, museos, centros comunitarios.

Un año donde confirmé, una y otra vez, que lo más rico no es el evento ni el formato, sino el vínculo que se crea cuando alguien prueba algo y, sin darse cuenta, recuerda.

Cocinar volvió a demostrarme que no es una acción neutra.

Es un gesto político en el sentido más profundo: define cómo nos relacionamos con el otro, con el territorio, con el tiempo y con la memoria.

Cada vez que cocinamos, elegimos.

Cada vez que elegimos, decimos algo del mundo que queremos habitar.

Este año hablamos mucho de pan.

Y no fue casual.

El pan no es solo alimento: es símbolo, es espera, es comunidad.

No hay pan sin manos, sin tiempo, sin cuidado.

No hay pan sin otro. Amasar juntos —en talleres, en barrios, en espacios atravesados por historias complejas— fue una forma de resistencia silenciosa.

Una manera de decir que, aun en épocas de vacas flacas, la esperanza puede cocinarse.

Que la dignidad también se amasa.

Que la memoria no se archiva: se practica.

También fue un año de libros.

Libros pensados no como objetos de prestigio, sino como herramientas.

Libros para que cualquiera pueda cocinar.

Para que nadie quede afuera de la cocina por miedo, por técnica o por discurso ajeno.

Porque cuando alguien cocina por primera vez y se anima, algo se ordena adentro.Este año confirmé que escribir y cocinar no son oficios separados.

Son dos formas de lo mismo:

poner el cuerpo para que otros encuentren abrigo.

Encender un fuego y quedarse cerca.

No para brillar, sino para acompañar.Defendimos la lectura lenta.

La carta.

La pausa.

La sobremesa escrita.

En un mundo que empuja a consumir rápido, elegimos quedarnos un rato más.

Elegimos orar con palabras y con manos.

Elegimos el silencio que piensa.

Hablamos de territorio.

De comprarle al vecino.

De reconocer quién produce lo que comemos.

De entender que la cocina industrial no solo uniforma sabores: también borra identidades.

Y frente a eso, sostuvimos una idea simple y potente: la cocina debe sentarse en la mesa de la cultura. 

Porque la cocina es educación. 

Es salud.

Es economía.

Es memoria viva.

Es la primera política pública que aprendimos sin darnos cuenta: compartir.

Este año me dejó cansado, sí.

Pero también enormemente agradecido.

Bendecido.

Con gozo.

Con la certeza de que vale la pena seguir.

Ahora el fuego baja un poco la intensidad.

Llega el tiempo de los cuarteles de verano.

De cocinar más lento.

De escribir hacia adentro.

De seguir produciendo, pero con otro ritmo.

El fuego no se apaga: se aquieta.

Me llevo de este año una convicción que quiero dejar escrita, como cierre y como promesa:

Mientras haya alguien dispuesto a cocinar para otro,
mientras una mesa siga reuniendo historias,
mientras una receta active un recuerdo feliz,
la comunidad seguirá siendo posible.

Gracias por estar del otro lado de estas cartas.

Gracias por leer, por responder, por compartir, por volver.

Este fuego existe porque ustedes se arriman.

Si querés seguir acompañando lo que viene —los libros, los talleres, las mesas, las ideas— te invito a suscribirte acá: https://www.lolovlem.com/newsletter 

Nos reencontramos el año que viene.

Alrededor del fuego.

Como siempre.Un abrazo grande,

Lolo