

Hola,
Soy Lolo Vlem. Cocinero, escritor y alguien que cree —profundamente— que la cocina es el lugar donde el vínculo humano encuentra su forma más honesta. Cada domingo escribo esta carta para recordarme, y recordarnos, que amasar juntos también es una manera de cuidar y de amar.
Hay gestos que, aunque parezcan simples, tienen la fuerza de una declaración.
Amasar. Compartir. Hornear para otros.
En tiempos de vacas flacas, esos gestos se vuelven una forma de resistencia y, al mismo tiempo, una semilla de esperanza. Esta semana voy a cerrar el año de una manera muy especial. Fui convocado por la delegación municipal para coordinar una jornada comunitaria en el barrio Noroeste de Bahía Blanca, el barrio donde vivo. Junto a tres organizaciones del barrio, vamos a amasar pan dulce para los vecinos y vecinas. Quinientos panes hechos con manos del propio territorio.
No se trata solo de la cantidad.
Se trata del gesto.

Amasar para el barrio donde uno vive es poner el cuerpo donde está la palabra. Es reconocer que la cocina no es algo que ocurre puertas adentro, sino un lenguaje comunitario. Una forma de decir “acá estamos”, incluso cuando el contexto aprieta, incluso cuando falta.
Este año también tuve la enorme alegría de hacer cuatro talleres de pan dulce.
Tres de ellos fueron convocados por el Instituto Cultural de la Municipalidad, en bibliotecas y espacios comunitarios, y el cuarto por el Ex Neuro, en el marco del programa Pilares del CPA. En todos pasó algo parecido: mientras la masa se armaba, aparecían los recuerdos. Los aromas de la infancia. Las mesas de las casas de los abuelos y de los tíos. La alegría simple de esperar que el pan salga a la cancha.
El pan dulce tiene algo que otros panes no tienen. No es cotidiano. Es celebración. Es memoria. Es promesa. Es un pan que no se hace solo para comer, sino para compartir y para regalar. Por eso despierta tanta emoción. Por eso convoca historias. También aparecieron otras preguntas, muy reales y necesarias: cómo hacerlo bien, cómo repetirlo, cómo venderlo, cómo emprender con eso. Y ahí entendí, una vez más, que enseñar a cocinar no es solo transmitir recetas, sino abrir posibilidades. Dar herramientas para que otros puedan sostenerse, crear, imaginar un futuro posible desde lo que saben hacer con las manos.
En ese camino aparece también mi libro de pan dulce. No lo escribí pensando en una persona en particular, pero hoy veo con claridad que puede acompañar a muchos: a quien nunca hizo pan dulce, a quien quiere mejorar su técnica, a quien busca emprender, a quien necesita ahorrar, a quien quiere regalar algo hecho por sí mismo.
Es un libro técnico, sí, pero sobre todo es una herramienta para que cada quien pueda construir su propia versión, su propio recuerdo.

Y si hay algo que atraviesa todo esto —los talleres, el barrio, los panes, el libro— es una misma intención: construir recuerdos felices duraderos. Para otros y también para mí.
Este cierre de año me encuentra enormemente bendecido, agradecido y con gozo. Emocionado por todo lo que estoy viviendo, por los encuentros, por las manos compartidas, por la posibilidad de seguir cocinando como forma de amor y de comunidad.
Gracias por leerme.
Gracias por acompañar estas cartas.
Si querés conocer más sobre estos talleres, el libro de pan dulce y todo lo que se cocina alrededor de este fuego, te invito a visitar mi casa digital: www.lolovlem.com
Ojalá este diciembre nos encuentre amasando juntos, aunque sea en la memoria.
Un abrazo grande,
Lolo