Guía completa para cocinar: la cocina como derecho

Siempre digo que la Guía completa para cocinar no nació de un capricho editorial, sino de una carencia. Durante mis años de estudiante de cocina me di cuenta de algo que todavía me duele: muchos no podían acceder a los grandes libros técnicos porque eran demasiado caros, casi inaccesibles. Yo mismo lo viví en carne propia: la biblioteca que necesitaba estaba hecha de títulos que parecían susurrar desde estantes lejanos, inaccesibles, como si las páginas fueran un privilegio reservado a unos pocos.

Entonces pensé que, si algún día tenía la posibilidad, iba a escribir un manual que democratizara ese saber. Que pusiera en palabras claras y en ejercicios simples aquello que parecía estar guardado en cofres cerrados. Así nació la Guía completa para cocinar: un libro que buscó ser puerta y no barrera, puente y no muro.

Recuerdo que mientras lo escribía, las herramientas de cocina parecían vigilarme. Los cuchillos brillaban solos en la mesa, como si reclamaran su capítulo; las ollas murmuraban desde la estantería, exigiendo que alguien contara su manera de hervir, cocer, cuidar. Incluso los fuegos parecían inquietos, como si quisieran dictarme con sus lenguas rojas los secretos de las técnicas de cocción. Yo no escribía solo: escribía acompañado por un coro de utensilios y aromas que se empeñaban en convertirse en palabras.

La Guía se construyó así, como un manual vivo, más cerca de una conversación que de un tratado académico. Cada técnica fue explicada como si se la estuviera contando a un amigo curioso o a un estudiante con hambre de aprender. No busqué solemnidad: busqué claridad. Y sobre todo, busqué accesibilidad. Que nadie se sintiera excluido de la cocina por no poder comprar un libro importado o por no entender un lenguaje técnico enrevesado.

Con el tiempo entendí que este libro fue también un acto político, aunque no lo nombrara de esa forma. Porque declarar que todos tenemos derecho a cocinar no es un detalle: es una posición frente al mundo. Cocinar no puede ser privilegio, cocinar es patrimonio común.

La primera vez que un estudiante me dijo que había aprendido cortes básicos gracias a la Guía completa para cocinar, sentí que el libro había cumplido su propósito. No era un best seller lo que buscaba, era un compañero de trabajo, un libro manchado de harina, de salsa, de grasa. Un libro con las páginas dobladas, subrayadas, usadas.

Si cierro los ojos todavía puedo recordar esas primeras ediciones recién impresas: el olor a tinta se mezclaba con el aroma de un guiso en la cocina, y en esa mezcla estaba todo lo que yo quería transmitir. La cocina y la palabra, unidas en un mismo vapor.

Hoy, cuando repaso mi biblioteca personal y me cruzo con la Guía completa para cocinar, me parece escucharla respirar. Como si el libro mismo supiera que nació de una promesa: la de que nadie se quede afuera del fuego. Que todos puedan, al menos una vez en su vida, ponerse frente a una tabla, prender una hornalla y sentir que la cocina también les pertenece.

Y eso es, al final, lo que busco con cada página: que cocinar deje de ser un lujo o un espectáculo para convertirse en lo que siempre fue: un derecho humano, cotidiano, imprescindible.