
Hola,
Hay noches que se apagan despacio.
El fuego se apaga, las copas se vacían, las voces se disuelven en la madrugada.Y queda ese silencio raro, tibio, que no es ausencia: es memoria.
A mí me pasa lo mismo que a Mallmann.
Me gusta dejar la cocina sucia después de un evento, de una noche entre amigos.
No por pereza —que alguna vez también habrá—, sino porque hay algo sagrado en ese desorden.
Las copas vacías, las migas sobre el mantel, la tabla manchada de vino o de aceite… Todo eso cuenta una historia que todavía no terminó.
Cuando el fuego se apaga y la casa se duerme, no quiero borrar las huellas tan rápido. Prefiero que el humo quede un rato más suspendido, como si aún se escucharan las risas, los brindis, las palabras que se dijeron entre plato y plato. Y entonces me voy a dormir con esa sensación de haber encendido algo más que una comida: un recuerdo.
A la mañana, me levanto temprano. La luz entra tímida por la ventana y ahí está todo: los restos de pan, los cubiertos cruzados, la servilleta de alguien que se rió fuerte. Empiezo a limpiar despacio, con agua tibia y memoria. Cada plato que lavo me devuelve un pedacito de la noche. El cuchillo recuerda la carne, la copa recuerda la conversación, la olla recuerda la paciencia.
No hay apuro. Lavo, seco, ordeno… y agradezco. Es una forma de orar sin palabras, de dar gracias por la compañía, por la comida, por el fuego que une.
En esos momentos, la cocina se parece a una iglesia silenciosa después de las ultimas alabanzas: queda flotando algo invisible, una presencia que no se apaga. Y pienso que, tal vez, lo más hermoso de cocinar no sea la cena, sino la mañana siguiente. Cuando uno vuelve a mirar los rastros del amor y, entre espuma y migas, se acuerda de por qué sigue eligiendo encender el fuego.
Si llegaste hasta acá, gracias por leer conmigo en esta pausa de domingo. Si querés seguir descubriendo otras formas en las que la cocina se convierte en encuentro, te invito a visitar www.lolovlem.com todos los domingos.
Allí vas a encontrar mis experiencias gastronómicas: fuegos encendidos que se comparten, historias que se sirven en la mesa y memorias que todavía huelen a pan.
Un abrazo,
Lolo