Cocinar es un acto político: notas al margen de un fogón rebelde

Este libro nació en los márgenes. Mientras escribía un ensayo académico sobre la cocina como patrimonio cultural, para mi posgrado en FLACSO, empecé a llenar los costados de las hojas con frases sueltas, reflexiones irónicas, pequeños gritos de indignación. Eran notas que no cabían en la solemnidad de un trabajo académico, pero que ardían como brasas debajo de la superficie. Con el tiempo entendí que esas notas pedían su propio espacio, su propio fogón. Así nació Cocinar es un acto político.

No es un manual ni un recetario. Es un manifiesto escrito con humor, con ironía y con rabia tierna. Porque cocinar no es un acto neutro: es decidir qué ponemos en el plato, de dónde viene, quién lo produce, con qué manos y con qué tierra. Cocinar es enfrentarse todos los días al mercado, a la industria que nos quiere vender comida envasada, rápida, estandarizada. Cocinar es decir: no, yo me encargo, yo prendo mi fuego.

Mientras lo escribía, las ollas parecían golpear sus tapas como tambores de protesta. Los panes se inflaban solos en la mesa, multiplicándose en un gesto de solidaridad, como si quisieran recordar que siempre se puede compartir. Los cuchillos brillaban como si se afilaran para defender la dignidad de la cocina. Y el humo, ese viejo narrador, dibujaba en el aire frases que después yo transcribía casi sin darme cuenta.

No inventé nada: simplemente escuché. Escuché lo que la cocina viene diciendo hace siglos: que no hay acto más político que decidir cómo nos alimentamos. Que detrás de cada tomate, de cada corte de carne, de cada bolsa de harina, hay una historia de trabajo, de territorio, de memoria.

En Cocinar es un acto político me permití ser más lúdico, más libre. Escribí con sarcasmo cuando hablaba de los reality shows que reducen la cocina a espectáculo, con ternura cuando recordaba las sobremesas familiares, con bronca cuando pensaba en el hambre y en la desigualdad. El tono es diverso porque así es la cocina: contradicciones, risas, discusiones, silencios.

Este libro es también un espejo de mis propias contradicciones. No soy un fundamentalista ni un purista. Soy un cocinero que compra en la feria, pero que a veces también abre una lata. Un periodista que denuncia la industrialización, pero que vive en un mundo industrializado. Un hombre que cree en Dios y que entiende que incluso en la cocina se juega la espiritualidad: servir, compartir, agradecer.

Cuando presento este libro en público, lo hago cocinando. Porque siento que las palabras solas no alcanzan: necesitan del humo, del aroma, de la textura. No explico recetas: dejo que los ingredientes hablen mientras conversamos. A veces, mientras revuelvo una olla, imagino que los espectadores no están escuchando solo a mí, sino también a las voces de todos los que alguna vez cocinaron en silencio, sosteniendo familias, resistiendo en tiempos duros.

Cocinar es un acto político porque es íntimo y colectivo al mismo tiempo. Porque cada decisión en la cocina tiene consecuencias más allá del plato. Porque cuando prendemos un fuego no solo estamos preparando comida: estamos diciendo quiénes somos, qué defendemos y qué mundo queremos construir.

Hoy, cuando vuelvo a leer mis propias notas al margen, sonrío. Entiendo que ese fuego rebelde no fue un accidente: fue la cocina misma que me dictaba. Y me alegra que esas frases encontraran su lugar en este libro, porque siento que no son solo mías: son de todos los que alguna vez eligieron cocinar en lugar de comprar, compartir en lugar de acumular, recordar en lugar de olvidar.

Cocinar es un acto político es, en definitiva, una invitación. A pensar, a reírnos, a discutir y a encender fuegos propios. Porque cada olla que hierve en casa es un pequeño acto de resistencia. Cada pan amasado, un gesto de amor. Cada mesa compartida, una declaración política en favor de la vida.