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Cocinar es amar con las manos encendidas

Hola,

Siempre pensé que el amor, cuando es verdadero, no se dice: se hace.

Y en mi caso, se cocina.

Cocinar es una de las formas más concretas que conozco de amar.

Es una manera de decir “te veo”, “te cuido”, “te espero”.

Cada vez que encendemos un fuego o pelamos una papa, hay una decisión política y amorosa al mismo tiempo: elegimos sostener la vida, aunque el mundo se haya vuelto una máquina que nos empuja a correr.Porque cocinar —de verdad, no apretar un botón— implica detenerse.

Significa mirar el alimento, tocarlo, entender de dónde viene.

Y cuando uno se detiene, aunque sea un rato, empieza a pensar.

Ahí es donde la cocina se vuelve peligrosa: porque en medio de lo cotidiano, nos recuerda que somos responsables de aquello que damos de comer.

El amor no es un sentimiento abstracto: es una práctica.

Y cocinar, para mí, es la forma más simple y profunda de practicarlo.

No se trata solo de alimentar a otro, sino de involucrarse en su existencia.

De reconocer que su hambre y la mía están unidas.

Que el fuego que me calienta a mí también puede abrigarte a vos.

Cuando preparo comida, intento no hacerlo desde el ego ni la urgencia.

Cocino como quien ora: con las manos, con la memoria, con el deseo de servir.

Ahí, entre el cuchillo y la olla, se me revela algo que no logro explicar de otra forma: el amor no está en el resultado, sino en la entrega.

En arrimarse al fuego, aun sabiendo que puede doler.Y sí, cocinar también es un acto político.

No en el sentido partidario, sino en el más humano de la palabra.

Es político decidir qué comer, cómo, con quién y a quién comprarle.

Es político elegir un alimento que respete la tierra y a quienes la trabajan.

Es político no resignarse al fast food ni al fast life.

Porque cada vez que elegimos cocinar, elegimos cuidar: el cuerpo, el planeta, la historia, la memoria.

El amor, si no se concreta, se disuelve.

Y cocinar lo vuelve materia: aroma, textura, pan.

Por eso siempre digo que cocinar es amar con las manos encendidas.

No hay acto más sencillo ni más revolucionario.

A veces me pregunto cuántas cosas cambiarían si en vez de tanto ruido, volviéramos a la mesa.

Si cada quien pudiera cocinar algo para otro y dejar que ese gesto hable por él.

No haría falta tanto discurso: bastaría el silencio compartido entre el fuego y la palabra.

Me gusta pensar que cada receta, cada libro, cada conversación que nace de la cocina, es una chispa de ese mismo fuego.

Una forma de amor que resiste.

Que no se apaga aunque cambie el viento.

Gracias por leer, por acompañar este fuego que no es solo mío.

Y si querés seguir reflexionando sobre esta idea —sobre el amor, la cocina y la decisión de cocinar como acto de cuidado— podés pedirme mi libro Cocinar es un acto político en mi tienda.


Un abrazo encendido,

Lolo