El año 2020 quedó grabado en la memoria del mundo como un tiempo de encierro. Calles vacías, puertas cerradas, abrazos suspendidos. La vida cotidiana se volvió pequeña, limitada a unos pocos metros cuadrados, y el silencio comenzó a pesar. En mi caso, además, la pandemia me obligó a cerrar mi emprendimiento gastronómico. Las mesas, que hasta entonces eran lugares de encuentro, se apagaron. Y en medio de ese vacío, me volví a poner el traje de periodista.
Escribir se convirtió en la manera de seguir respirando. No podía cocinar para otros, pero podía contar historias. No podía abrir mi cocina, pero podía abrir mis recuerdos. En aquellos días de aislamiento, la pregunta que me rondaba era simple y enorme al mismo tiempo: ¿cómo contar la historia de la cocina, que es también la historia de la humanidad?
Así nació Breve Historia de la Cocina, mi primer libro. No fue un proyecto planeado con tiempo ni con estrategia editorial: fue un impulso. Tenía conmigo notas que había acumulado durante mis años de estudiante, referencias dispersas, anécdotas y relatos sobre cómo cada cultura había desarrollado su manera de cocinar. Decidí ordenarlas, darles voz y construir un relato que uniera todas esas cocinas en una sola línea de tiempo.
Escribirlo en pandemia fue una experiencia singular. Mientras las noticias hablaban de enfermedad y aislamiento, yo me sumergía en relatos de cocinas antiguas: fogones comunitarios, hornos de barro, banquetes imperiales, sopas humildes que sostenían pueblos enteros. Había algo sanador en ese viaje: la certeza de que la cocina siempre estuvo ahí, atravesando crisis, guerras, hambrunas, celebraciones y nacimientos. La cocina nunca se detuvo, aunque el mundo pareciera detenerse.
Recuerdo que muchas noches, mientras la casa dormía, me sentaba a escribir y sentía que las cocinas del mundo me hablaban. El pan egipcio se inflaba como si quisiera contarme los secretos de las pirámides; las ollas medievales susurraban sobre tiempos duros y sobre la esperanza que se servía en platos de sopa; las especias cruzaban océanos y parecían traer voces de mercaderes, viajeros y conquistadores. La cocina me devolvía compañía.
Breve Historia de la Cocina no fue un manual ni un recetario. Fue un ensayo narrativo, un viaje cultural. Una manera de recordarnos que cocinar no es un acto aislado: es un puente con quienes vinieron antes que nosotros. Escribirlo fue tender un hilo invisible entre el encierro del 2020 y los encierros de otras épocas: familias refugiadas en cuevas, comunidades protegiéndose del frío alrededor del fuego, pueblos enteros resistiendo con lo poco que tenían.
En 2022 hice una reedición y actualización del libro. Corregí textos, afiné relatos y sumé detalles. Pero lo esencial seguía intacto: la cocina como espejo de la humanidad. Hoy, cuando miro ese primer libro, siento que fue mi bautismo como autor. No fue solo la primera publicación, fue la manera de descubrir que mi voz podía unir la cocina con la memoria y con la cultura.
Ese libro me enseñó algo que todavía me acompaña: que cuando todo parece detenerse, la cocina sigue. Aunque el mundo se encierre, aunque las puertas se cierren, siempre hay un fuego, una olla, una receta que nos conecta con el pasado y nos proyecta hacia el futuro.
No me considero un historiador, ni mucho menos. Soy un periodista que decidió mirar la cocina como quien observa un espejo enorme, lleno de reflejos. Cada cocina, cada época, cada cultura tiene su manera de decir quiénes somos. Y en esa diversidad está la verdadera riqueza.
Hoy, cada vez que alguien me habla de Breve Historia de la Cocina, me emociona pensar que ese libro nació en un momento oscuro y se transformó en un puente. Que quizás alguien, en medio del encierro, lo abrió y sintió lo mismo que yo sentí al escribirlo: que la cocina es memoria, resistencia y también esperanza.
Escribir en tiempos de encierro fue mi manera de seguir cocinando. Y así descubrí que las palabras, como los fuegos, también pueden alimentar.