De vez en cuando llevo mi cocina a celebraciones de hasta 60 personas. No son banquetes masivos ni servicios impersonales: son encuentros diseñados como un traje a medida, pensados para que cada detalle tenga sentido. La comida no llega en serie, sino en diálogo con la ocasión y con las personas que la viven.
Cada evento es distinto: puede ser la emoción de un aniversario, la alegría de un cumpleaños o la intimidad de una reunión familiar. Yo no llevo platos prefabricados: construyo una experiencia hecha a mano, donde cada producto, cada aroma y cada brindis se convierten en parte de la memoria de la noche.
La cocina en estos encuentros es escenario y testigo. Los aromas abren conversaciones, las texturas despiertan recuerdos y los brindis sellan promesas. Cuando el fuego se enciende, ya no se trata solo de comer: se trata de celebrar juntos lo que nos une.
Porque lo que queda después de cada celebración no es solo el menú, sino la certeza de haber compartido un momento único alrededor de una mesa viva.