Mis presentaciones de libros son un cruce entre charla, cocina y fogón. No busco dar clases magistrales ni explicar recetas al detalle. Cocino mientras conversamos, y la cocina se vuelve excusa para hablar de lo que importa: la memoria, la identidad y la política de los alimentos.
En estas experiencias la receta es apenas un telón de fondo. Lo que ocupa el centro es la conversación: las historias que surgen mientras el humo dibuja figuras en el aire, los aromas despiertan recuerdos y las palabras se entrecruzan como brasas vivas. Cocinar es un acto político es un libro perfecto para este formato, porque lo que se cocina no está solo en la sartén: son las ideas que flotan entre nosotros.
Siempre que puedo, sumo productos y productores locales. Porque un plato no nace en soledad: detrás de cada pan, cada vino o cada corte de carne hay familias, territorios y resistencias. Y cuando esos productos llegan a la mesa, la charla adquiere otra densidad: ya no hablamos solo de comida, sino de lo que significa alimentarnos en comunidad.
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Porque en estas presentaciones la mesa no es un escenario, es un espacio de encuentro. Y cada vez que cocinamos y conversamos juntos, la cultura se hace presente en un plato compartido.
